Novena a la Virgen de Schoenstatt
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Segundo día: RESPUESTA DE MARÍA AL MENSAJE DEL ANGEL
“He aquí a la sierva del Señor,
hágase en mi según tu palabra”
(Lucas 1, 37-38)
¿Acaso fue fácil para María dar esa respuesta?
¿O acaso respondió precipitadamente, casualmente
o sin reflexionar como nosotros lo hacemos cuandorezamos el Ángelus?
María indudablemente estaba atemorizada ante lo que vio y oyó;
atemorizada por el ángel, atemorizada seguramente ante
la tarea sin precedente que Dios le asignaba, puesto que Ella
tan sólo deseaba permanecer virgen y ahora esto sería diferente.
Pero no había mucho tiempo para reflexionar. La decisión tenía
que ser rápida. El ángel permaneció allí esperando la respuesta
que determinaría los futuros planes divinos. Era la respuesta
de la que dependía la redención de todo el mundo. María
nunca se revistió de falsa humildad pretendiendo no poder
hacerlo. Nunca luchó con el ángel como lo hizo Moisés cuando
el Señor le ordenó ir ante el faraón y realizar actos milagrosos
para que éste permitiera partir a los hijos de Israel. Moisés,
titubeante, respondió: “Yo soy torpe para expresarme,
permite que Aarón hable por mí” (Éxodo 4, 10).
María Santísima actuó de otra manera. Cuando el ángel le
reveló que Ella podía llegar a ser Madre de Dios sin perder su
virginidad, María no titubeó ni por un momento. Con una
simplicidad de niño y depositando en el Padre toda su confianza,
pronunció estas palabras: “He aquí la sierva del Señor,
hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 37-38).
Ahora dime, ¿cuál es tu respuesta ante el dolor que te agobia?
¿Cómo vas a contestar al mensaje de tu Padre Celestial?
Seguramente estarás pensando: ¿Cómo voy a poder contestar
positivamente a las injusticias, a perder mi honor, mi hogar y
mis posesiones? ¿Acaso hay quien pueda aceptar fácilmente
la pérdida de sus seres queridos, o el tormento de alguna
enfermedad que amenaza su propia existencia?
¡Piénsalo detenidamente! Tu dolor, por profundo que sea, lo
permite el amor paternal de Dios. Su mirada está continuamente
puesta en ti. Él tan sólo te desea el bien. Quiere que te acerques
a Él. ¡Esto lo debes creer con todo tu corazón!
Aún cuando Él permite que vivas con una carga moral seria y
humillante, lo hace para tu beneficio. Recuerda que, como dijo
San Pablo: “Todas las cosas cooperan para el bien de
los que aman a Dios” (Romanos 8, 28). Todo lo que
necesitas es admitir con humildad tu miseria y elevar
incesantemente tu corazón con tus plegarias a Él. Ofrécele
toda tu voluntad y haz el propósito de aceptar, cuando menos
el día de hoy, esa pesada cruz que cargas sobre tus hombros.
Dios es Padre, Dios es bueno.
Bueno es todo lo que Él hace.
Cuando todo parezca sin sentido o sin razón, repite con
humildad, junto con María: “He aquí la sierva del señor,
hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 37-38).
¡Sí Padre Celestial, hágase siempre tu voluntad,
ya sea que me traiga dolor, pena o alegría!
Plegaria
Madre Santísima, Reina y Victoriosa Tres Veces Admirable de
Schoenstatt, obtén para mí la gracia de pronunciar un sincero,
humilde y resignado “sí” en mi gran sufrimiento.
Enséñame a inclinar la cabeza bajo la mano de Dios, consciente
de las palabras:
Confía en el Señor
como tu Madre Celestial te enseña,
cuanto más confíes en el Señor,
Él será más bondadoso contigo. Amén.
Ejercicio
Hoy pronuncia un “sí” de corazón a todo acontecimiento
imprevisto que te suceda.
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